¡Buenas!
Gracias por estar ahí. Bienvenido y bienvenida a esta segunda publicación de Fui Rock.
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Ahora sí. A las cosas.
Volví al Quilmes Rock después de no sé cuántos años.
No tenía previsto hacerlo hasta que un fin de semana de marzo pasado, en un intento para que mi hijo menor no volviese a colgarse con TikTok, me propuse ver si enganchábamos algo en la tele. Pensé en buscar algo sobre fútbol, pero apareció un documental sobre el Quilmes Rock en Flow y picó. Si bien no tiene intenciones de ser rigurosa ni completa, la peli cumple con su cometido. ¿Cómo lo sé? Porque apenas terminó, mi hijo exclamó: “Me quedé remanija, quiero ir al Quilmes Rock”.
¿Qué no hace un padre que cree haber sido rock por un hijo adolescente que clama por una dosis de festival nac&pop? Ya estaba yo dispuesto a comprar en todas las cuotas posibles aunque más no fuera una entrada para algún día de los cuatro previstos cuando decidí probar suerte con mi vieja agenda de contactos. Resultado: todavía hay quienes me recuerdan y valoran y hasta festejan que los joda con pedidos de acreditaciones como cuando era joven y trabajaba para revistas importantes de la industria como Rolling Stone y Soy Rock. ¡Alegría! Pudimos ser parte de dos de las cuatro fechas de la edición 2025 del festival que revitalizó el rock argentino cuando arrancaba el siglo XXI.
Al primer Quilmes Rock también fui con hijo, en aquel caso el mayor (y por entonces, único): en 2003 todavía no iba ni a sala de 18 meses así que no se acuerda de que vimos y escuchamos a Café Tacuba y a Babasónicos (y probablemente a varios más). Desde hace 22 años, los recuerdos ya no se ubican en la línea de tiempo solo en función de los mundiales sino también de las escolaridades.
Para este nos tocaron la segunda jornada (que incluyó, entre muchísimos grupos y solistas, el tributo a Serú Girán) y la tercera, que cerró Babasónicos. Era lo que queríamos ver, así que perfecto. Fuimos felices como cuando vamos a la Bombonera. En especial, desde luego, por la inoxidable, infalible performance festivalera de Los Auténticos Decadentes. Pero no sólo, porque admito que haber sido testigo de cómo miles de personas sub30 entonaron letras completas de Serú Girán, un poco me conmovió. Además de emocionarme y divertirme, me quedé pensando.
En la segunda mitad de los 80, un poquito después de lo que llamamos “primavera alfonsinista”, irrumpió en medios y escenarios lo que podría decirse que fue la cuarta camada del rock argentino, bandas post-Sumo germinadas a base de punk, new wave, reggae, ska y demás géneros nuevos aquí por aquellos días. Con una actitud rockera irreprochable, salieron a patear cabezas con un discurso decididamente anti-viejos. No encontré archivos de la época para documentarlo, pero descubrí unas declaraciones recientes de Sergio Rotman, saxofonista, compositor y demonio siempre inquieto de Los Fabulosos Cadillacs, que no me dejan mentir. Para la radio Rock&Pop, en un intento por aclarar ciertos comentarios polémicos sobre el más reciente disco de Charly García, el también fundador de Cienfuegos, Mimi Maura y El Siempreterno dijo: “Del 85 al 88 había que sacarse un estigma, una pesadez... Buenos Aires era marrón, gris y azul. No había colores. En la felicidad de las canciones de ese entonces había una necesidad de sacarse a los viejos de mierda de encima. Había dos mundos. Un mundo semi-positivo intentando salir y un resentimiento infernal”. Era exactamente así: por un buen tiempo, las nuevas generaciones rockeras hicieron del parricidio artístico una bandera. Era necesario construir sobre los escombros de lo que primero había que destruir. Muy punk, todo. El arte en términos generales puede ser pensado así. Los chinos edificaron más de un imperio a base de demoliciones. Hemos sido parte de eso, desde luego. Y a mucha honra.
Muy bien.
Regreso a Tecnópolis, abril de 2025.
Antes una digresión. Me apenó muchísimo ver cómo se están deteriorando las instalaciones de lo que fue un parque científico-tecnológico maravilloso. No soy objetivo: allí se montaron espectáculos de Zamba y Nina que escribí y disfruté. Pero estoy seguro de que cualquiera que haya llevado a sus hijos allí sentiría lo mismo.
Retomo. Mirá esto.
Es Trueno. Lo que suena de fondo es “No llores por mí, Argentina”, con David Lebón en guitarra, Pedro Aznar en bajo, Juanito Moro –hijo de Oscar– en batería y una banda de pibes impecable. ¿Contaste la cantidad de veces que dice “gracias” en su rapeo improvisado?
Esto que ocurrió en uno de los escenarios principales del último Quilmes Rock no fue una rareza.
Mirá esto otro.
Es Milo J en el show más emotivo de su carrera hasta ese momento, en la cancha de Deportivo Morón, el año pasado, cantando “Canción para mi muerte” con Nito Mestre como invitado.
Y ahora mirá esto, también.
Es Wos en Argentinos Juniors, con Ricardo Mollo tocando y cantando. “Culpa”, incluido en Oscuro éxtasis, su disco de 2021.
La fecha 2 del Quilmes Rock 2025 incluyó a Los Fabulosos Cadillacs. No sé cuánto hacía que no los veía en vivo, y tampoco recordaba que desde hace ya un par de años, su formación incluye a Astor Cianciarulo y a Florián Fernández Capello en percusión y guitarra, hijos de Flavio y de Vicentico respectivamente. Pero la verdadera sorpresa fue ver sobre el escenario a Dante Cianciarulo en brazos de su abuelo, mientras la banda tocaba “Vos sabés”, el tema que Flavio compuso cuando nació Astor, incluido en ese disco mágico que fue La marcha del golazo solitario, de 1999.
Tres generaciones de Cianciarulos on stage. Y abajo, fiesta. Los y las +50 y +60 que un ratito antes nos habíamos permitido un lagrimón nostálgico con “Seminare”, ahora bailábamos atrás mientras allá adelante nuestros hijos –y acaso nietos– hacían pogo con “Mal bicho” y “Matador”.
Antes hubo más cruces generacionales. Dante Spinetta tocó con Pedro y David. Conociendo Rusia (liderado por Mateo Sujatovich, hijo de Leo, tecladista de Spinetta-Jade) tocó una muy respetuosa versión de “Rezo por vos”.
No fueron los únicos: menciono los que pude ver.
Así que el domingo 6 de abril me fui de Tecnópolis masticando algo.
No, no: la teoría del nepo baby rocker la vamos a dejar para otro episodio.
Pienso otra cosa. Que las nuevas generaciones de músicos no precisan “matar” a sus padres para hacerse oír. Que la música nueva –bueno, tal vez “nueva” te suene un poco a mucho, pongamos “novedosa”–no genera identificación a través del rechazo por lo que existió hasta su llegada porque para los músicos jóvenes, la guerra del cerdo ya no es una estrategia para llamar la atención. Se reconocen parte de una historia que es la mía y la tuya. Y la reivindican.
No sé si son rock o no. ¿A vos te importa? A ellos me parece que no.
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El mangazo
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