Hola, ser leyente. Gracias por volver por acá.
Antes de arrancar, quiero decirte que en breve podrás adquirir algunos de los libros que escribí. También será a través de esta NL. Claro, dirás: ¿por qué compraría ahora un libro que no compré antes? Se me ocurren varias respuestas humillantes, pero me quedo con una: ¡porque no se te había ocurrido!
Ya te informaré con más detalle. Ahora, al tema de esta semana.
¿Para qué hacer rock?
Durante años, la respuesta del rocker promedio fue “Para levantar minitash”. Es lo que habría respondido Pomelo. Coincide con la vieja teoría adjudicada a Alejandro Dolina que sostiene que “todo lo que hace el hombre es para levantarse minas”. Más que coincidir, lo incluye: rock es una más de todas las cosas que hace o puede hacer un hombre, como pan, vino, líquido de frenos, pintura surrealista, balances contables, narcomenudeo o placas de bruxismo. Tiendo a creer que aquella respuesta quedó un poco en desuso, tanto como la que dice “Para cambiar el mundo”, algo que a esta altura no sé quién se propone no irónicamente, con o sin rock como argamasa. Además, la incorporación de mujeres ya no como meros fetiches, musas o coristas sino como protagonistas de la escena, volvió absurda aquella motivación. No recuerdo haber leído o escuchado a mujeres rockers respondiendo “Para levantar tipos” a la misma pregunta.
Por algún tiempo se creyó también que muchos artistas optaban por la senda del rock con el propósito de acumular riqueza; de allí la idea de la “música comercial” como contraposición a otra que, vaya uno a saber por qué, no lo sería. (Acá podría ir una broma con la expresión “levantar minitas” forzando una boba coincidencia con “levantarla con pala”, para continuar luego con otra broma que refiera a “la pala” no como herramienta útil para cargar billetes sino como sinónimo demodé de estupefaciente y, en tanto esto, su tradicional vínculo con el rock; pero decidí evitarlo.)
Que arroje la primera tuca quien, con un DNI comenzado entre los 15 y los 25 millones y habiéndose considerado rock en su juventud, no se indignó al menos una vez al escuchar un estribillo deliberadamente pegadizo. Conozco quienes a mi edad todavía promueven y disfrutan acalorados debates entorno a estos asuntos, y admito que me divierte sumarme de vez en cuando, empanada salteña mediante.
Como sea, es posible imaginar por qué una persona joven decidió en algún momento de la historia reciente encarar un proyecto musical con pretensiones de rock. La ilusión de llevar una vida entre claveles gracias a lo generado por las composiciones propias y dineros ajenos fue, años atrás, una motivación solo comparable con la fantasía de ser futbolista profesional o, como ocurre en la actualidad, con la quimera de amasar fortunas como “trader”. Se trata, en el fondo, de la misma utopía: la de vivir holgada y hasta lujosamente “sin laburar”. La vida, con su crueldad irremediable, pone las cosas en su lugar y es así como la humanidad continúa abasteciéndose de médicos, recolectores de residuos, empleados de banco, mecánicos dentales y tantos otros miles de oficios y profesiones que nada tienen que ver con la música, la pelota o las finanzas turbias. No sin algo de resignación, hombres y mujeres logramos desarrollarnos en actividades alternativas; algunos y algunas, inclusive, llegan a destacarse, brillar y –esto sí que es tener fortuna– hasta sumar más de seis cifras en sus cuentas bancarias.
¿Es razón suficiente para sepultar de manera definitiva los sueños de rock?
Antes de responder, mirá estas dos historias que te cuento hoy.
Juan Rosso es redactor y editor de textos literarios. Lleva unos 10 años acompañando cada proyecto inviable que encaramos con Barcelona, lo que significa que hemos compartido cientos de cierres, sumarios, risas, pesares, litros de cerveza y grupos de wasap. Yo no sabía que cantaba y que componía canciones hasta que un día me contó que estaba grabando un disco. Desde entonces ya subió a plataformas cuatro. ¡Uno por año! Turbios remises (2022), Abajo (2023), El año del zorro (2024) y Arrebato (2025). Su banda se llama Pervitines. “Rock relámpago de bajo presupuesto”: eso es todo lo que dice la bio de Pervitines en Spotify.
A los 40 años, Juan se puso a componer, escribir, grabar rock.
“La idea de Pervitines surgió en pandemia. Lo pensamos con Martín (guitarrista y arreglador de la banda). Fue nuestra masamadre, algo que nos permitió evadirnos un poco de todo lo que estaba sucediendo... De ahí también lo de Pervitines. El pervitín es una metanfetamina que, entre otros usos, se les daba a los soldados nazis para la llamada ‘guerra relámpago’, es decir, en continuado, sin dormir. Nuestra idea fue: ‘Mientras todos están en reposo y quietud por la pandemia, aprovechemos para avanzar’. Inicialmente fue pensado como un proyecto de grabación. Éramos dos y sólo teníamos algunas canciones viejas. Estudiamos un poco de parafernalia de sonido, editores, plug in, etcétera, y armamos el primer disco de modo rudimentario y casero. El concepto era contar historias del Conurbano bonaerense en clave de rock, lo que podría decirse una antigüedad. El año del zorro, que salió el año pasado, es casi folk, y ahora lanzamos Arrebato, que es más rockero. Nos gustó lo polisémico del término ‘arrebato’. Tiene algo religioso (es un concepto de la Biblia) pero también tiene que ver con cómo nos arrebatan algunas cosas en nuestras narices: la inocencia, la paz o el país, sin ir más lejos.”
A los 42, Juan se subió por primera vez a un escenario a cantar rock.
“Me tomé bastante tiempo para representar el papel de frontman de una banda. Es un juego, nos divertimos. Cuando sacamos el primer disco, muchos amigos nos decían que teníamos que tocarlo en vivo. ¡Pero no teníamos banda! Ahora ya somos cuatro miembros estables: Maxi en batería, Ale en bajo, Martín en guitarra y yo en voz (alguien lo tiene que hacer). Ninguno de los cuatro es músico profesional. Tomamos clases, estudiamos, ensayamos, pero el concepto es obviamente punk: no sólo que ‘cualquiera puede cantar’ sino que ‘cualquiera puede grabar canciones y sacar discos’.”
En vivo, Pervitines suena oscuro, crudo y en ocasiones marcial, algo que remite a los primeros Redondos y a Pequeña Orquesta Reincidentes, una banda porteña buenísima que no triunfó comercialmente a fines de los 90. Las historias ásperas y de perdedores contadas con arrabalero cinismo completan un combo que ubica a Pervitines en las antípodas de la música que escuchan todos. “En los vivos hay una energía muy linda y, sorpresivamente, nos acompaña un montón de gente. Digamos: 70/80 personas es un montón para tipos como nosotros.”
Si sacaste bien las cuentas, ya sabés que Juan hoy tiene 44. Le pregunté cuáles son las expectativas que tiene con Pervitines. Me mandó sus respuestas por wasap mientras esperaba que su hija saliera del jardín. Su último mensaje dice: “Cuando uno produce algo, una canción, un texto, una peli, una pintura, el hecho artístico que sea, es inevitable tener cierta expectativa en cuanto a que el mensaje llegue a equis cantidad de personas y que a esas personas les pase algo con eso que creaste. Pero tenemos los pies en la tierra. Las expectativas siempre están, pero hay que moderarlas para no desanimarse si no se cumple lo que uno fantaseó.”
Leonel D’Agostino es guionista, escritor, director de cine. Participó como autor en varias telenovelas y miniseries, y en unas 20 películas como guionista, director y productor ejecutivo. Al igual que muchos de nosotros, trabajó de hacer preguntas para concursos televisivos, y tiene el don de crear formatos para ese tipo de programas. Ganó unos cuantos premios porque es capo en el arte de adaptar cuentos y novelas a guiones cinematográficos. Toca guitarra desde niño. Yo no sabía que en 2012 había formado una banda llamada Fostro. En 2016 publicó un disco solista: Obstinado. Ahora acaba de subir otro: Nadie recuerda nada.
Leo hoy tiene 50 pirulos.
“Empecé a estudiar guitarra en la adolescencia y me lo tomé muy en serio, estudié jazz y blues. Hasta que en un momento me di cuenta de que no iba a convertirme en un mega-guitarrista profesional. Empecé a trabajar como guionista y la guitarra quedó no en el armario pero sí como actividad paralela. Pero siempre me gustó componer y cantar mis canciones. Con otro guionista y escritor, Martín Blasco, grabamos un EP con temas de los dos y quedé cebado con la idea de grabar mis canciones. Me gusta muchísimo entrar en un estudio y grabar, editar, mezclar; todo ese proceso me fascina, tanto hacerlo como estar ahí al lado, mirando.”
Si se pudiese cruzar al Spinetta de Invisible y Artaud con el Maslíah de los 80, el resultado podría parecerse un poco a Nadie recuerda nada, porque las letras son profundamente ingeniosas, y las armonías y arreglos son de una complejidad que haría las delicias de Luis Almirante Brown. Leo empezó a grabarlo en 2018.
“Es más producto del azar. Como parte de mi estudio de música y guitarra, participo de un ensamble que lidera Matías Lourenço, y ahí fue donde trabajamos las canciones. Las tocamos y ensayamos mucho, él hizo los arreglos, las grabamos y si bien fue un laburo colectivo, se terminó convirtiendo en mi disco”.
A Leo también le pregunté por sus expectativas. Por el mismo medio a través del que me asesora sobre trámites en Argentores y me recomienda para trabajos –es decir wasap– responde. “No tengo la fantasía de ser un rockstar, pero creo que hago lindas canciones y me gusta grabarlas. Es algo que lleva mucho esfuerzo, mucho tiempo y mucho dinero que no vuelve al pueblo en obras, así que cada tanto destino unos ahorros para darme el gusto de vivir la experiencia de la grabación, que me encanta. Pero las expectativas son cero, hago los discos para que los escuche mi tía y alguien más.”
Juan y Leo son rock. ¿Por qué no sería rock invertir cuerpo-mente-billetera en componer-tocar-cantar y que te importe tres pitos lo que pase después?
Eso no es todo. Escuchá sus discos. Hay mucho más rock ahí que en otros lugares donde la parafernalia te encandila pero si te ponés anteojos de sol, no encontrás ni media idea conmovedora.
El lugar común porteño dice que no hay que preocuparse si en tu juventud no te interesa el tango, porque noble y estoico, el tango te espera.
Bueno, parece que el rock también.
Volviendo a la pregunta inicial… ¡ni idea! Si se te ocurre una respuesta, te leo.
Soy Fernando Sanchez y esto es Fui Rock, una newsletter más en tu bandeja de entrada sobre casos y cosas de la música de pendeviejos como yo.
La gorra
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