Hola, ser leyente.
Mejor que me resigne: #FuiRock ahora sale los viernes.
No sé cuánto te preocupa la frecuencia de mis publicaciones, pero para mí es importante fijar una fecha y hora de entrega. Que deba cambiarla porque no puedo cumplir con ellas es, en todo caso, la ventaja que me da ser mi propio jefe de Redacción.
Hablando de eso, te dejo la bio de mi jefe, es decir yo.
Por cierto: mi jefe me obliga a informarte que esta publicación es gratuita, pero también me exige aclararte que podés suscribirte por una módica suma mensual.
Espero sepas comprender.
El martes pasado cumplió 25 años una espinita que llevo clavada en mi corazón cagatinta desde el 24 de junio de 2000.
¿Qué pasó ese día?
Brevemente: durante la madrugada, a eso de las 3 de la mañana, en la autopista Buenos Aires-La Plata, Rodrigo pasó a la inmortalidad.
No existe ninguna chance de que no sepas a quién me refiero cuando digo “Rodrigo”. Ni siquiera es necesario que agregue “Bueno”: Rodrigo es Rodrigo y lo seguirá siendo andá a saber hasta cuándo, sonriendo por siempre joven al lado de Gardel y de Luca.
Como Gilda, Federico Moura, Julio Sosa y tantos otros, Rodrigo murió en el momento de mayor éxito de su carrera, y es imposible saber hasta dónde habría llegado de no haberse estrolado con su camioneta a la altura de Berazategui en aquella noche fatal. Venía de hacer una serie de interminable de LunaParks, brillaba cada vez que aparecía la tele, animaba las juntadas del jet set vernáculo a la par de Diego, había metido suficientes hits como para poner al cuarteto cordobés en lo más alto de la música nacional. Era bello, carismático, talentoso, pícaro, zarpado, gracioso, y magnético arriba del escenario. Era la estrella de la música argentina del año 2000.
Era personaje cantado para ser tapa de la edición criolla de la revista Rolling Stone.
Sin embargo…
Las decisiones sobre quién o quiénes debían, podían, necesitaban o querían protagonizar las portadas de Rolling Stone argentina nunca fueron sencillas mientras yo fui parte de la revista. Estábamos convencidos de que más allá del interés periodístico, la tapa de RS era un reconocimiento: no cualquiera llegaba a ese lugar. La tapa de RS había que ganársela. Discutíamos muchísimo, negociábamos algo y pocas veces lográbamos quedar todos igual de conformes con el resultado. Llegamos a tener debates realmente intensos por este asunto, una grieta que partía al grupo en dos en función de una pregunta tan precisa para formular como imposible de responder: ¿es rock?
(Quien recuerde la tapa con Julio Bocca podrá darse una idea de los esfuerzos que se hacían en algunas circunstancias para inocular dosis de rock donde no había ni pizca del mismo. Desde luego: el del bailarín no fue el único caso.)
Aunque parezca una obviedad, me veo en la obligación de aclarar que cuando hablábamos de “rock” no hacíamos solo referencia al género musical surgido en los Estados Unidos de los años 50 sino a un concepto amplio, generoso, difuso y antojadizo que durante décadas llamamos “cultura rock”. Y aunque también puede resultar obvio, debo agregar que, como todo fan, músico, periodista, discográfica, medio o empresario de rock, cada uno de nosotros supo arrogarse la propiedad del más preciso, ajustado, moderno e infalible “rockómetro”. Lo que sí no tiene sentido desarrollar es lo absurdo que suena todo esto hoy.
A principios de 2000 no había ninguna duda de que Rodrigo podía ser tapa de Rolling Stone. Lo discutimos –obvio– y decidimos ponernos en marcha. Pero la producción se puso en pausa cuando a alguien se le ocurrió pensar si no era un poco irrespetuoso “darle la tapa” a Rodrigo sin antes haber coronado con semejante galardón al padre del cuarteto cordobés, es decir Carlitos “La Mona” Jiménez.
La Mona había tocado en Cemento, contaba con la venia de cierto establishment rocker, tenía una historia fantástica, un público heavy, decenas de hits, miles y miles de discos vendidos, estaba publicando un nuevo CD, tenía programado un concierto en River y, sobre todo, era EL cuarteto. La Mona era rock. “Hagamos a La Mona y en unos meses, cuando explote, vamos con Rodrigo”, pensamos o dijimos o quisimos creer. No se habló más: organizamos el viaje, me fui un fin de semana a Córdoba, compartí todo con Carlitos, y cuando volví, escribí una de las notas que más me gustan de aquellos días.
La tapa de La Mona salió en abril de 2000 y quedó buenísima.
La de Rodrigo, en cambio, nunca pudo hacerse: dos meses después, el chico de pelo y ojos azules se la puso en la autopista y chau.
25 años después, la espinita sigue ahí.
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