Hola, ser leyente.
Si llegaste a este lugar sin saber cómo ni por qué ni para qué, te dejo una bio. Se titula “¿Y este quién es?”. Es la mía. En una de esas te pinta quedarte.
El tema de la semana es uno solo y empieza con E. Pero antes, un breve rodeo contextualizador.
De las expresiones en boga más o menos recientes, “viejo meado” es la que más aborrezco.
Le pregunté a la Inteligencia Artificial de wasap qué entiende ella por “viejo meado”. Me dijo que es una expresión coloquial que puede tener diferentes interpretaciones dependiendo del contexto y la región, que en algunos casos se utiliza de manera afectuosa o jocosa para referirse a alguien con experiencia o sabiduría (¡dale!), pero que también puede tener connotaciones negativas si se usa para describir a alguien como “anticuado” o “fuera de onda”.
Su definición no es 100 por ciento satisfactoria, pero tampoco es cuestión de secar el planeta consultándole pelotudeces a los servidores recalentados de Meta. Gemini, la IA de Google, directamente no me dio respuestas. No importa. Jamás detecté connotaciones afectuosas al leer o escuchar “viejo meado”; mucho menos algún tipo de valoración positiva de la experiencia o la sabiduría ganadas con los años. Tal vez se utilice así en las oficinas de Zuckerberg. Lo dudo.
Seamos serios: “viejo meado” es un insulto.
Que sean libertarios quienes difundieron su uso multiplica mi rechazo, es innegable. Que el presidente Milei tilde de “viejos meados” a quienes lo critican me resulta definitivamente execrable. ¿Quién los convenció de que el control de esfínteres es medida de algo? ¿Desde cuándo la capacidad para detener o no la micción a tiempo define autoridad para todo lo demás?
Alguien podría sospechar una relación directa entre mi rechazo por la expresión “viejo meado” y mi edad, más cerca de la sexta decena por celebrar que de la quinta ya celebrada. No la descarto, aunque tiendo a creer que el asunto excede mi número de DNI. Hay en “viejo meado” un nivel de saña y brutalidad que me resulta ajeno, en especial porque la de persona mayor con incontinencia urinaria es una condición no elegida por quien eventualmente la padece. Quiero decir: por aquel que es garca o admirador de garcas siento altas dosis de desprecio, es verdad. Pero la diferencia es sustancial: alguien decide ser garca o fan de garca (que es como garca pero en estado larval).
“Seguro vos cantaste y bailaste aquello de estoy rodeado de viejos vinagres”, dirás. Es cierto; lo hice con Sumo y volví a hacerlo recientemente en el Quilmes Rock porque Los Auténticos Decadentes hicieron una muy linda versión junto a Panteón Rococó, y un videoclip con Roberto Pettinato todavía mejor. Pero no vas a comparar. “Viejos vinagres” refiere a una actitud amarga y vigilante ante la vida en libertad después de años de dictadura. Podés tener 19 años y ser un viejo vinagre, meado no sé. O sea: no ha lugar.
“Lo viejo funciona”, repite un personaje de El Eternauta de apellido Favalli para explicarle a Juan Salvo, el protagonista, cómo fue que logró arrancar una añeja Estanciera IKA recauchutada. (Viene a cuento: Coco y Leti, la pareja que en Ituzaingó me llevaba y me traía del jardín a casa y de casa al jardín tenían, por supuesto, una Estanciera IKA.)
No la terminé así que no estoy en condiciones de abrir juicios de valor sobre nada relacionado con la serie; solo vi los dos primeros episodios y leí algunos comentarios en redes, newsletters y portales. Admito que me atrae mucho que irrite tanto a trolls y seúles. Y no dudo: buena parte de esa tirria tiene origen en esa frase-consigna. En una era en la que lo pasado solo por pasado es peor, la afirmación “lo viejo funciona” es provocación.
En el primer episodio de El Eternauta, los personajes escuchan vinilos de rock nacional en un tocadiscos, aparato que más tarde Favalli logra que suene con una batería de coche cuando la nevada mortal colapsó la red eléctrica. Dentro de la playlist de la serie, el grupo o solista de rock más nuevo –Él Mató a Un Policía Motorizado– tiene 20 años de carrera (Los Nombradores del Alba interpretan Chacarera del rancho, estándar del folklore patrio de tiempos de Ñaupa, así que tampoco cuenta como novedad). El resto: Manal, Pescado Rabioso, Pappo’s Blues, Billy Bond, Sui Generis, Soda Stereo... ¡El Reloj! Y Carlos Gardel y Mercedes Sosa y Gilda. Rock, blues, pop, folk, cumbia, chacarera, pop, tango. Puro ADN pendeviejo argentino en poco más de una hora de música para identificar una serie basada en la historieta más emblemática del país. Como dice el piberío de ahora: ¡sólido!
Y aparte otra cosa. Que en este mismo momento, en algún hogar de Japón o de Uzbekistán alguien esté descubriendo que en la Argentina existieron Luis Alberto Spinetta y Javier Martínez es justicia estética (y ética también). Que en este mismo momento, un adolescente de Balvanera esté dándole una oportunidad a Gardel y a la Negra Sosa es completamente necesario. ¡Mercedes Sosa! ¿Hay algo más contracorriente hoy que Mercedes Sosa?
Ya retomaré en alguna otra publicación mis devaneos acerca de las nuevas formas de consumir música. Lo que no es nuevo es el efecto-banda de sonido. Las series y películas siempre funcionaron como puerta de entrada a artistas, géneros y repertorios musicales no tan beneficiados por la difusión masiva del momento. Aunque no exista una “banda de sonido” editada y comercializada como tal, en el caso de El Eternauta la lista de canciones que se escuchan en la serie cumple la misma función. Ocurre seguido: en 2022, Running Up That Hill sonó en Stranger Things y le dio a Kate Bush una inesperada y saludable vida extra y más de 2,3 millones de dólares según Fortune. (Escribí al respecto en ocasión del fenómeno en cuestión.)
Para sorpresa nadie, las grandes canciones de cualquier época, puestas a sonar en un contexto distinto, reviven para hacerse escuchar entre el ruido.
Andá a saber qué pasa de aquí en más con esas canciones. La selección, aunque hitera, es quirúrgica. Y la inclusión de El Reloj es un gesto extra que me merece una mención puntual.
Por razones que tienen que ver con lo que me gusta seguir llamando “gorilismo del rock”, durante décadas el heavy nacional fue mirado de costado por la prensa oficial rocker (que algún momento me incluyó, reconózcolo). Por su origen suburbano, populoso, melenudo, morocho, al metal criollo siempre le ha costado asegurarse un lugar en el parnaso rocker argentino. Pappo está, es cierto, pero entró a los codazos. Y pará de contar. La popularidad del cuero y las tachas no se refleja en el número de próceres locales con los cuales identificarla. Sin embargo los hay. El Reloj es uno: el primero. No tiene sentido contar su historia aquí; para eso está Google (esta nota teñida de orgullo matancero es completa, vale la pena). Solo diré, por si no lo sabías, que en 1970, Deep Purple y Led Zeppelin tuvieron un hijo en La Matanza y se llamó El Reloj. Y fue muy popular y buenísimo. Acaso las mil y una formaciones que tuvo el grupo a lo largo de los últimos 50 años conspiró contra su destino mitológico. De hecho, dos de sus miembros fundadores, Osvaldo Zabala y Eduardo Frezza, mantienen viva la leyenda. Bienvenido para ellos este empujón eternáutico. Que experimenten un 1% del “fenómeno Kate Bush” será justicia ética y estética, también.
La del blues, el rock pesado y el heavy nacional es una historia que todavía no ha sido de todo bien contada. Que empiece a ser reconocida es un gran paso adelante.
Mientras tanto, el éxito global de El Eternauta es una linda ocasión para exclamar ¡lo pendeviejo funciona!
Establecer relaciones entre “viejo meado” y “lo viejo funciona” se caía de maduro.
Resaltar con marcador flúo con cuál de las dos expresiones elijo quedarme no parece necesario.
De todos modos, atenti compañeros: ¡ojo con la gota floja!
Soy Fernando Sanchez y esto es Fui Rock, una newsletter más en tu bandeja de entrada sobre casos y cosas de la música de pendeviejos como yo.
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